martes, 29 de noviembre de 2011

Caminos que se cruzan || Margoz II


Todo iba bien...

... hasta que llegó la plaga del Rey Exánime. Nadie pudo salvarse de su maldito ejército y lo peor de todo es que muchos de los que se enfrentaban acababan en el bando enemigo, lo que hacía más difícil psicológicamente, luchar contra la imagen de los seres queridos.
A raíz de estas circunstancias las razas de la Horda que no se soportaban mucho se unieron como hermanos con el fin de combatir el mal que amenazaba con acabar con cada una de las razas. Me hice amigo de una elfa de sangre, madre de un pequeño elfo. Su marido se encargaba de preparar a los que aun no habían cogido  un arma en su vida y al mismo tiempo cuidaba del pequeño, mientras ella luchaba por los suyos. Cada uno de los miembros de la Horda tenía un papel que desempeñar y al ver que mi nueva compañera asumía su papel a pesar de las nefastas consecuencias que podían haber, me llené de valor y acepté el hecho de que tenía que luchar por defender a los que no podían hacerlo. 

Iba pasando el tiempo y la lucha seguía y seguía, parecía que nunca iba a terminar, que los enviados del otro mundo no se agotaban. Elvirah mandaba correspondencia a casa para informar y saber como estaban ellos. En los ratos de descanso siempre hablaba de su pequeño hijo, tan solo tenía dos años, pero sentía un gran potencial en su interior, algo que solo los iniciados en la magia como Elvira, una de las magas de la orden, podían percibir. 

Una noche estando de guardia llegó la inevitable desgracia. Del profundo silencio de la oscuridad aparecieron como de la nada una horda de "levantados", así los llamaban, que no nos dejaron ni el menor suspiro para dar la alarma. Esa noche muchos de los nuestros cayeron en manos del enemigo, dando más volumen a su detestable ejército. Y nosotros fuimos los primeros en caer, la primera linea de defensa. Lo dimos todo, pero fue inútil. Recuerdo que en el último signo de vida que le quedaba a Elvirah lanzó una señal luminosa al aire, una señal de que habíamos sido atacados. Eso es lo último que recuerdo. El resto es un montón de formas borrosas y lagunas en la memoria. Pero lo que nunca podré olvidar es el frío que invadió mi cuerpo y que no me abandonaba por mucho que me arrimara a la hoguera, cosa que hacíamos muchos de nosotros inconscientemente, entre ellos una elfa a la cual tenía un aprecio que no entendía. Eso y luchas interminables es lo que recuerdo. 

Me movía por una extraña sensación de que tenía que hacer eso, pero aunque una parte de mi ser se negaba mi cuerpo no respondía a mis deseos, iba por libre, y tenía una lucha constante entre lo más profundo de mi mente y una parte oscura que no era capaz de dominar. Pero tras estar mucho tiempo bajo ese control pasó algo, alguien nos liberó, rompió las cadenas que nos ataban en mente y cuerpo y nos devolvió la libertad de elegir. Elegir si queríamos seguir viviendo como levantados o dejar este mundo. Eramos millares, de todas las razas, de ambos bandos, Alianza y Horda. Entre la multitud vi a Elvirah, ya podía acordarme de su nombre. Fui hacia ella, estaba en estado de shock, a nuestro alrededor empezaron a caer algunos, otros volviendo a sus antiguos odios empezaron una batalla contra los "enemigos". La agarré por el brazo y la saqué de allí antes de que nos enganchasen a nosotros también. Por suerte aun disponíamos de monturas fuertes y veloces. Nos alejamos de allí, por suerte estaban todos ocupados, unos luchando y otros luchando por salir con vida de allí.

Una vez estuvimos a salvo, la bajé del caballo y la senté en una roca, yo me senté frente a ella, aun estaba en shock. Hasta que pronuncie su nombre, de repente empezó a llorar y perdió toda la fuerza que la había mantenido en pie. Estuvimos dos horas en aquel rincón apartado, abrazados, hasta que se quedó dormida de cansancio. Nunca había visto llorar tanto a ningún ser. No intercambiamos ni una palabra. La dejé dormir,mientras yo hacía guardia. Al cabo de 6 horas despertó como si algo la hubiese sobresaltado, aunque el más asustado fui yo. Vaya susto me dio... Cuando recordó lo que había sucedido me dio las gracias. Pero seguía sollozando sin parar.

- Elvirah, tranquilízate, ya ha pasado. Ahora puedes volver con tu hijo y Alenjon, deberías estar contenta.

- No, no puedo volver. Mírame. No puedo volver así. - por mucho que se secase la cara no conseguía quitarse las lágrimas.

- Volveremos juntos, no voy a dejarte sola en esto, somos compañeros. Volveremos juntos y te reencontrarás con tu familia. La Elvirah que veo ahora no es la que conocí. Que lo daba todo por ellos, y que haría cualquier cosa por volver a estar a su lado. 


Elvirah se lo quedó mirando, las lágrimas dejaron de caer y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Despacio se levantó, se sacudió la capa y se acercó a mi. Y sin darme cuenta la tenía colgada del cuello y dándome las gracias. Una elfa dando las gracias a un orco. Eso me llegó al corazón, había conseguido que una raza que no tenía mucho aprecio por los orcos, ahora estuviera abrazando a uno. Quizás mi mundo ideal no sea tan imposible de conseguir. 

Por fin en Orgrimar...

Continuará...

jueves, 10 de noviembre de 2011

Un duro camino || Margoz I


En Las tierras de Hyjal es donde se encuentra actualmente Margoz, un orco caballero oscuro al cual ciertas circunstancias le han llevado a empuñar las armas contra quienes a sus ojos son iguales. Los orcos siempre se han caracterizado por su furia y fortaleza en el campo de batalla, pero también tienen un alto sentido espiritual que les permite alcanzar conexiones con otras esferas, un buen ejemplo es Thrall. El orco chamán que Margoz admiraba, admira y admirará, es un ejemplo a seguir para él y para mucho otros. 

Cuando aun era un chaval se vio envuelto en una situación que cambió su vida de forma radical, su pueblo fue destruido por los humanos. Éstos empezaron a aparecer por todas partes, Margoz no entendía que estaba sucediendo hasta que uno de sus compañeros de juego cayó de golpe inerte frente a él, sobre un charco de sangre. Cuando alzó la vista vio como una figura maldecía su existencia con una espada ensangrentada entre sus manos enguantados, en milésimas de segundo se dio cuenta de que él también estaría en cuestión de segundos tendido en el suelo como su amigo. Pero un rayo evitó que la amenazante figura acabase con su vida. Entonces una fuerte mano lo agarró del brazo y lo arrastró fuera del lo que se había convertido en un campo de batalla.

Hasta que no acabó el ataque se mantuvieron al margen, observando desde su escondite la barbarie que se estaba cometiendo en el pueblo. Evidentemente los guerreros orcos salieron en defensa de los aldeanos indefensos, fue una batalla que Margoz nunca olvidaría.

Pasadas unas 5 horas el ambiente se calmó, ya no se oía el fragor de la batalla y los guerreros estaban atendiendo a los heridos. Fue entonces cuando realmente vio a su salvador. Era Thall. Por aquella época era demasiado joven para entrar en batalla, tanto por orden de su padre como por los ideales que por aquel entonces ya tenía muy claros. 





- ¿Eres Thrall verdad?
- Si, no se cual es tu nombre, pero deberías empezar a empuñar un arma o elegir el camino de los espíritus. Lo que acabas de ver hoy es solo el principio de lo que se avecina. Eso decía mi padre, y ahora me lo creo. 

-Me llamo Margoz, pero no quiero empuñar un arma, no me gusta luchar. ¡No me gusta la guerra!
- ¿Si tuvieras algo que proteger tampoco empuñarías un arma?
Margoz se queda pensando... - Supongo que si..

- Entonces práctica para poder protegerlo. O no durarás mucho. Vamos a ayudar con los heridos. Piensa que no tenemos muchas opciones, hasta yo me veo obligado a luchar.

Lo último que recuerda de ese día es un montón de orcos heridos, unos pocos muertos y una pesadumbre sobre sus hombros. Aquella imagen le generó una rabia que se guarda para cuando realmente la necesita, que es en batalla. Y una imagen que guarda en su memoria como el fin de ese día, es a todos los orcos guerreros y no guerreros que formaron parte de esa batalla con el fin de defender lo que les pertenecía y querían. Grandes orcos con grandes corazones, ilusiones y vidas que proteger.

Desde entonces fue practicando, sin poner mucho interés a excepción de momentos en los que recordaba o cuando el recuero volvía en forma de sueño a atormentarle y salía en plena noche a desahogarse.
Probó de entrar en el grupo de los chamanes, ya que era algo más espiritual que los guerreros, pero no superó las pruebas. Y se veía incapaz de volver a ver como amputaban miembros para evitar la muerte del herido. Así que siguió con la formación como guerrero. Lo único que le gustaba era que podía usar un hacha como arma, y se ocupaba el tiempo haciendo de leñador, esa fue la manera que tenía Margoz de entrenarse. Y para evadirse de esos pensamientos  que le hundían en un pozo negro, iba de pesca con su padre y su abuelo. Paulatinamente empezó a pasar más tiempo pescando que cortando leña. Convirtiéndose en el pescador del pueblo.

Pescando era feliz, y a veces enseñaba a los pequeños como tenían que poner el anzuelo, lanzar la caña y más de una vez tubo que hacerles cañas improvisadas porque las primeras iban al agua. Eran momentos muy felices, en los que todos reían juntos.